Establecer relaciones sanas entre madres, padres, hijas e hijos

Una relación sana entre madres, padres e hijas e hijos requiere de tiempo y oportunidades. A veces no tenemos todo el tiempo que quisiéramos con ellos, pero se pueden aprovechar distintas momentos para fortalecer la relación, por ejemplo, dedicar tiempo al llevarlos a la cama y construir con ellos unos rituales propios (conversar sobre lo que ocurrió durante el día, consentirlos, hablar sobre sus emociones); también se puede conversar durante las comidas y abrir espacios durante el día para jugar, conversar o compartir cualquier otra actividad juntos. Dedicar algo de tiempo a cada hija o hijo por separado es valioso para la relación. Estar ahí cuando sea necesario y demostrar afecto a través de palabras y comportamientos es algo que favorece el desarrollo y la seguridad de sus hijas e hijos, porque les permite saber que cuentan con sus madres, padres y cuidadores.

Igualmente, es importante NO amarrar el afecto a su comportamiento: hay ocasiones en las que la molestia es tan alta, que madres, padres y cuidadores pueden enviarle el mensaje a sus hijas e hijos de que ya no los quieren (por ejemplo, al dejar de hablarles, al dejarlos solos, al decirles que están decepcionados de ellos, etc.). Esto puede afectar en gran medida la confianza que tienen ellos de la relación con sus cuidadores. Esto no significa que no puedan expresar su molestia, esto se puede hacer de manera tranquila, centrándose en el comportamiento en lugar de la persona. ¿qué significa decepcionada de ti? Piense, por ejemplo, que su hija o hijo está frustrado y lanza un objeto al piso. Es diferente decir “Eres un maleducado, estoy muy decepcionada” a “Se nota que estás molesto, yo también estoy un poco molesta porque arrojaste esto al piso, vamos a calmarnos y me ayudas a recoger lo que botaste”.

La comunicación

La comunicación es un buen recurso para promover una relación fuerte y sana. Conversar de lo cotidiano, así como de lo que se siente y piensa. Que sea de doble vía es importante: muchas madres y padres quieren saberlo todo de sus hijas e hijos, pero comparten muy poco de sus propias experiencias, de modo que las conversaciones se perciben más como un interrogatorio. Por supuesto, esto tiene un límite; iinvolucrar a las hijas e hijos en los pormenores de la vida de las madres, padres y cuidadores, sobre todo en sus conflictos, resulta abrumador para ellos y desgasta la relación.

Conversar es diferente a interrogar y ordenar. “¿Hiciste tus tareas?”, “saca la basura”, “arregla tu cuarto”, “oye, y ¿qué dijo el profesor del proyecto que tenían?”; son descripciones de “conversaciones” entre padres e hijos, pero ¿en realidad lo son? Intente, en su lugar, hablar de las cosas que les interesan a sus hijas e hijos, qué dudas tienen, qué le está pasando a usted y cómo lo está resolviendo, etc.

Pautas de crianza positivas

La claridad en los límites y los roles es otro de los elementos que fortalece las relaciones. Ningún extremo es favorable: ser el mejor amigo o ser el supervisor o policía. En el primer extremo encontramos a cuidadores que no establecen límites y les permiten a sus hijas e hijos hacer todo lo que quieren en todo momento. El problema de esto es que, con el tiempo, será más difícil para ellos regular sus emociones y su comportamiento cuando un adulto le solicite algo (no están acostumbrados a esto) o cuando hay un cambio en sus rutinas. En el extremo opuesto están las relaciones autoritarias, en las que todas las decisiones las toman los adultos y no tienen en cuenta lo que sus hijas o hijos quieren o necesitan. Si además, las madres, padres o cuidadores no les expresan su afecto a sus hijas o hijos, ellos se van a sentir muy distantes de sus padres. Es por esto que es muy importante establecer límites cuando esto sea necesario (por ejemplo, cuando de esto depende la seguridad de las niñas o niños) a la vez que se les dé el afecto y el apoyo que necesitan.

Es importante establecer límites claros. Pero la manera en que se establecen estos límites también tiene un impacto muy importante en la motivación que tendrán las niñas y los niños para ajustarse a ellos, así como su capacidad para hacerlo. En este sentido es importante:

Validar sus emociones

La manera en que los adultos responden a las emociones de las niñas y niños puede afectar la manera en que ellos se relacionan con sus emociones. Por ejemplo, si cada vez que ellos expresan emociones como rabia, miedo, tristeza, ansiedad reaccionamos de manera negativa, ya sea ignorándolos, o diciéndoles “no llores”, “eso no es para tener miedo”, “no es para tanto, no exageres”, ellos pueden aprender a que está mal sentir algunas emociones, les enseñamos que deben dejar de sentirlas y no les damos herramientas para manejarlas.

¿Por qué puede ser problemático aprender que algunas emociones están mal?

Cuando creemos que hay emociones malas o que está mal sentirlas, podemos empezar a evitarlas a toda costa, y esto puede hacer que aprendamos a ignorarlas, a tal punto, que a veces no nos demos cuenta cómo nos estamos sintiendo. Esto puede sonar bien, no sentir tristeza, rabia, miedo; pero algo que es importante saber es que todas las emociones nos dan información sobre lo que es importante en nuestras vidas. Si le prestamos atención a esas emociones podremos tomar decisiones importantes que nos permitan tener la vida que queremos. Por ejemplo, entender qué nos gusta, qué es importante para nosotros, qué nos gustaría cambiar, etc.

Si evitamos nuestras emociones a toda costa, esto también nos quita la oportunidad de actuar y cambiar esos aspectos de nuestras vidas que no nos satisfacen, por ejemplo, expresarle nuestras necesidades a nuestra pareja, cambiar de trabajo, cambiar mi grupo de amigos, etc.

Una herramienta muy importante que tienen las madres, padres y cuidadores para que sus hijos aprendan a aceptar todo tipo de emociones y, en lugar de evitarlas, las utilicen para decidir lo que quieren hacer con sus vidas, es la validación emocional. A continuación, damos algunas sugerencias de cómo hacerlo³ :

Enfrentar en vez de evitar

Piense en el caso de un adolescente que empieza a ir a fiestas con sus compañeros, pero cree que no baila suficientemente bien y que no van a querer estar con él. Su ansiedad va en aumento y empeora cuando todos se lanzan a la pista de baile. No lo tolera y se va de la fiesta. Ante nuevas invitaciones prefiere excusarse y no asiste.

Cuando una persona evita asistir a fiestas, hablar en público, expresar opiniones o bien acercarse a animales inofensivos o estar a solas en la oscuridad, entre muchos ejemplos, lo que tiende a suceder es que cada vez se vuelve más difícil tolerar las emociones que estas situaciones nos generan. Por esto, cada vez se siente más ansiedad o malestar ante situaciones más pequeñas y no se desarrollan las habilidades básicas para enfrentar esas situaciones. Esto hace que progresivamente evitemos, y dejemos de vivir la vida que queremos vivir.

Hay muchas formas de evitar: tratar de no acordarse de una experiencia dolorosa, dejar de estar con ciertas personas, no hablar de ciertos temas; incluso a veces las personas se muestran agresivas como una forma de evitar. Otras personas consumen alcohol o sustancias psicoactivas para evitar sentir y algunas más recurren a las auto lesiones (cortarse, quemarse) para no sentir el malestar emocional.

Si el adolescente del ejemplo anterior siguiera asistiendo a las fiestas con sus compañeros, notaría que cada vez se sentiría más cómodo hasta llegar incluso a disfrutarlas y, además, cuando enfrentamos las cosas en lugar de evitarlas nos puede generar un alto malestar emocional, pero con el tiempo, los beneficios serán muy grandes y sus habilidades sociales mejorarían. Enfrentar en vez de evitar implicaría un costo emocional al inicio, pero con ganancias significativas en el largo plazo. Por esto es importante que, en todos los momentos de la vida de su hija o hijo, los acompañe y los invite a enfrentar las situaciones que vive, así esto le genere, inicialmente, un malestar emocional.

Enseñar con el ejemplo

Una de las principales herramientas que tienen las madres, padres y cuidadores para enseñarle a sus hijas e hijos las habilidades socioemocionales que necesitan para promover su salud mental es el ejemplo que ellos mismos les dan. Imagínese la siguiente escena: un padre está con su hijo y le dice que no puede seguir jugando un juego con el que está muy emocionado, el niño entonces en un ataque de rabia le pega a su papá. El padre, entonces, se molesta mucho y le da una palmada, mientras le dice en voz alta que no está bien golpear a los demás, así estés molesto. ¿Qué mensaje le estará llegando a este niño? ¿Estará claro que no debe golpear a los demás en ninguna circunstancia, si su padre lo acaba de hacer?

La manera en que niñas, niños y adolescentes se comportan, cómo reaccionan frente a las situaciones más difíciles, la manera en que se relacionan con los demás, dependen en gran medida de lo que ellos han observado en sus madres, padres y cuidadores. Esto se debe a que todos los seres humanos aprendemos a través de la observación.

Si como cuidadores demostramos que podemos expresar nuestras emociones de una manera adecuada, o si a pesar de las emociones, nos arriesgamos y actuamos de manera coherente con lo que queremos (por ejemplo, a pesar del miedo, le digo a esa persona lo que necesito, etc.) entonces las niñas y niños podrán hacer eso mismo también.

Esto no siempre es fácil, muchos adultos no tuvieron la oportunidad de aprender estas habilidades desde pequeños, y se enfrentan a situaciones muy estresantes que los ponen a prueba. Es por esto que, es necesario conocer otras herramientas, que le permitan cultivar esas habilidades socioemocionales. En la sección ¿Cómo cuidar mi salud mental como madre, padre o cuidador?, encontrará algunas estrategias que le pueden ayudar a cultivar habilidades que le permitan ser un ejemplo positivo para sus hijos, a la vez que cuida su salud mental.

Tolerancia a la frustración y al malestar emocional

Aprender a tolerar la frustración significa comprender y aceptar que no todo lo se hace funciona o sale bien, también significa aprender a perder y en general, entender que no está mal sentirse mal. La tolerancia a la frustración y al malestar emocional son herramientas muy importantes para lidiar con los retos a los que nos enfrentamos día a día y puede ayudar a prevenir problemas de salud mental.

Cuando las niñas y niños reconocen las diferentes emociones como reacciones naturales, es posible promover la tolerancia al malestar emocional. Para ayudarles en esto, permítales perder cuando juegan, incomodarse cuando los hermanos mayores lo hacen a un lado; frustrarse y volver a empezar. Que esperen su turno en los juegos y las filas, que esperen para hablar y no darles todo lo que les piden, esto funciona así, incluso desde el primer mes de vida. Esto es muy importante porque así es como funciona el mundo real al que tendrán que enfrentarse tarde o temprano.

Cuando intentamos cumplir todas las demandas de las niñas y los niños, y protegerlos de todo riesgo, esto puede tranquilizar a las madres y los padres, pero es una bomba de tiempo: los hace más vulnerables cuando aparece el malestar emocional, pues no van a saber cómo manejarlo.

Unido a lo anterior, madres, padres y cuidadores pueden promover las oportunidades para que niñas y niños aprendan diferentes formas para enfrentarse a los retos de la vida. Como resolver problemas con sus compañeros, los conflictos en la interacción diaria con sus hermanos, organizarse para responder a sus responsabilidades en el colegio, etc. Si usted ve que su hija o su hijo por sí solo no encuentran la manera de resolver sus problemas, dele pistas y el apoyo que necesite para lograrlo.

Igualmente, deles responsabilidades que a su edad ya puedan asumir (tender su cama, organizar su cuarto, cuidar sus útiles, ayudar en algunas tareas domésticas), esto les permitirá desarrollar habilidades específicas, percibirse capaces y seguros de sí mismos; al mismo tiempo que van desarrollando recursos para resolver problemas de manera autónoma.

No es prudente involucrar a las niñas y niños en los retos de los adultos. Al menos no de forma completa. Si les damos responsabilidades que son muy grandes para nuestras hijas e hijos, pueden sentirse incapaces y debilitar su seguridad para enfrentarse a los retos a los que se enfrenten en su vida